Abrir imágenes, encontrar el paisaje

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Abrir imágenes, encontrar el paisaje

En la cultura europea y americana el paisaje es una invención reciente dentro de la tradición de la pintura y el arte visual. No ocurre así en oriente, donde su importancia es clave desde milenos. Régis Debray, a modo de fábula, cita cómo un emperador chino mandó borrar las pinturas de cascadas que decoraban su palacio porque el ruido constante del agua le impedía dormir. La imagen del paisaje se apoderaba del espacio real. El geógrafo John Wylie ha identificado una tensión recurrente en los estudios del paisaje dentro de la geografía cultural: “Se trata de una tensión entre la proximidad y la distancia, entre el cuerpo y la mente, entre la inmersión sensorial y la observación distanciada. ¿Es el paisaje el mundo en el que habitamos, o una escena que contemplamos desde la lejanía?” (2007, 1).

El paisaje ha estado presente en la fotografía y el cine desde sus orígenes. Los primeros fotógrafos escogían temas paisajísticos para evitar el movimiento, casi inevitable, de los seres vivos. Por el contrario, en los inicios del cine, donde el movimiento era el principal atractivo, la naturaleza y el espacio parecía más secundario. Sin embargo, pronto cobrarán una importancia radical y hasta surgirán géneros que apelen al paisaje en su propio nombre: el western (Foucher, 1977). El joven Steven Spielberg escuchó del anciano John Ford que ser director de cine era tan solo escoger donde situar la línea del horizonte en un plano. El cine, como sostienen Agustín Gámir Orueta y Carlos Manuel Valdés, democratizaba el espacio y el paisaje hasta ser un objeto de consumo masivo (2007, 160).

En la imagen fotográfica la búsqueda del paisaje salvaje ha sido una constante en autores de casi todas las generaciones: Anselm Adams, Franco Fontana, Lynn Davis o, el recientemente fallecido, Sebastião Salgado, sus imágenes de las minas en Serra Pelada, como explicó Wim Wenders, condicionaron el modo de entender lo natural a toda una generación. También en el cine el territorio puede ampliar y hasta modificar la narración de una obra como sucede, por ejemplo, con las Marismas que Alberto Rodríguez retrata en La isla mínima o el río que atrapa a los personajes del filme de Elena López Riera, El agua.

En la poética de muchos cineastas el paisaje evocado resulta clave. Acontece con los largometrajes de Andrei Tarkovsky, empeñado en esculpir el tiempo y descubrir espacios nuevos al espectador o con las películas de Terence Malick donde los personajes parecen perdidos en escenarios infinitos. Pero también el espacio sugerido resulta clave en otros creadores como Lucrecia Martel, que nos habla de una ciénaga que no está completamente presente, en la obra de Víctor Erice que nos evoca desde un pueblo del norte de España un sur imaginario, o el cine de Joaquim Pedro de Andrade que muestra y sugiere un Brasil que existe y no existe al mismo tiempo.

Sin duda, uno de los temas claves, y actuales, del paisaje es lo rural. Desde una perspectiva española, la obra de tres mujeres parece simbólicamente atrapada en él. La poética documental de Mercedes Álvarez en torno a las aldeas que desaparecen, el pueblo real e imaginario de Alcarràs de Carla Simón o la búsqueda de la fotógrafa Cristina García Rodero en busca de lo originario. El fotolibro español también ha mirado a lo rural con el trabajo, por ejemplo, Paloma al aire de Ricardo Cases. En un texto sobre este, Marta Martín Núñez conceptualiza el fotolibro con una definición que bien valdría para entender la idea del paisaje: “espacio donde las imágenes se interrelacionan entre ellas y con los demás elementos expresivos, narrativos y físicos del libro, creando una experiencia de lectura íntima y única con cada lector” (2024, 622).

Con frecuencia, como dice Agustín Gómez, en el paisaje se “aúna lo natural, lo histórico-cultural, la relación con sus habitantes y la manera de representarlo. La clave está en la representación. Ninguna imagen reproduce un paisaje —como dice Michael Jakob para referirse al jardín, pero perfectamente extrapolable al paisaje— lo interpreta, lo cual implica necesariamente una exégesis, una lectura crítica (Jakob, 2010, 14). El artista toma la decisión de la representación, porque hasta ese momento el paisaje no existe. Da igual que sea in verba o in imago, porque hasta que no se aprehende, el paisaje no se crea” (Gómez, 2017, 72). Hay una condición cultural del paisaje que, como dice Eduardo Martínez de Pisón, hace que no sea solo escenario sino también parte del drama, no solo objeto de contemplación sino también el lugar de la acción (2009). Se trata, como acertadamente indica Lefebvre, de un paisaje autónomo con capacidad –o no– de interferir en la trama fílmica (2011).

Por último, pero no menos relevante animamos a la reflexión sobre cine, fotografía y paisaje desde una perspectiva de cambio climático. En realidad, preferimos el concepto de emergencia climática ya que refleja con más rotundidad este problema que afecta de forma clara al territorio, al paisaje y a la humanidad misma.

En este monográfico proponemos una reflexión del efecto de la naturaleza y el territorio en la imagen. Agnés Varda, en la primera secuencia de Les plages d’ Agnès (2008) confiesa que “Si abres a la gente en dos, encuentras un paisaje. Si me abro a mí, encuentro una playa”. Así invitamos al análisis de imágenes —fotográficas y cinematográficas— para encontrar el paisaje que articula y da fuerza a dichas narraciones.

A modo de sugerencia, planteamos estos posibles caminos para investigar y estudiar el paisaje en la fotografía y el cine:

  • El paisaje y la naturaleza en la narración fílmica.
  • Acercamiento a lo rural.
  • Feminismo y paisaje.
  • Naturaleza, territorio y emergencia climática.
  • Estética del paisaje fotográfico y cinematográfico.
  • El espacio en el fotolibro y la fotografía actual.
  • La narratividad del paisaje.
  • Evolución histórica, géneros cinematográficos y paisaje.

Fecha para envío: entre el 1 y 30 de septiembre de 2026

Más información aquí.

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